Pero melón!!! Lo de Boone ya era para pegarle una paliza a Locke... y no me hacía falta ver el 12 para pegarle una paliza.
Sabía yo que Raham tenía que ser un antilocke... ¡A legua se veía!
Edit: Artículo:
http://www.lavanguardia.es/web/20060201/51229744681.html La serie producida por J.J. Abrams, funciona, como su otra gran creación
Alias, a partir de una acumulación de misterios de respuesta siempre
diferida, que garantizan la continuidad y la consiguiente fidelización del
público (aún a riesgo de que éste un día se acabe cansando, como sucedió con
Expediente X, inspiradora evidente del modelo Abrams).
¿Pero cual puede ser la clave de esta conversión de Perdidos en inmediata
obra de referencia? Pues, precisamente, el traslado geográfico (que no
histórico) aun contexto tan ajeno a la trillada escenografía de la ciudad
contemporánea como esa ya popularísima isla fuera de los mapas a donde van a
parar los diversos y contrastados sobrevivientes de un accidente de avión.
Con dicha opción, Abrams y su co-productor Damon Lindelof no sólo se saltan
alegremente el trillado canon serial de los colectivos profesionales
endogámicos (sean médicos, abogados, policías, forenses, o hasta
sepultureros), sino que nos proponen una equidistante alternativa a los dos
modelos de universo serial más recurrentes hasta hoy: los felices paraísos
familiares de la era clásica y los apocalípticos infiernos paranoicos del
nuevo siglo. Tan alejado de unos como de otros, el enigmático lugar a donde
van a parar los atormentados anti-héroes de Perdidos debe ser simplemente
entendido como un severo purgatorio.
En un primer estadio, las múltiples penurias que esperan a los cautivos de
este purgatorio son abiertamente físicas, concebidas como un conjunto de
pruebas de supervivencia que remiten tan pronto a los modos de la aventura
clásica (hay mucho de Julio Verne en esta nueva Isla misteriosa), a los
filmes-catástrofe de los setenta (del accidente aéreo inicial al conjunto de
adversidades naturales a que se enfrentan los protagonistas), y hasta al
cine de terror, (con la presencia en fuera de campo de esa horrible criatura
asesina cuya hostilidad latente hace pensar en Alien o, sobre todo, en
Predator).
Sin embargo, el carácter parabólico de Perdidos evidencia pronto que los
verdaderos instrumentos de terror expiatorio son de naturaleza psicológica.
Es así como una de las aportaciones narrativas de la serie, la estructura en
flash backs donde cada personaje va recordando su particular secreto, los
enfrenta progresivamente a una conciencia de culpa de la que nadie está
exento. Pocas dudas hay, entonces, de que los verdaderos monstruos que
habitan la isla de Perdidos son angustiosas proyecciones de los terrores
traídos de una vida anterior, un poco como en aquella maravillosa versión
libre de La tempestad que fue la película Planeta prohibido.
Serie coral por antonomasia, Perdidos integra, por ello, a todos sus
múltiples protagonistas, en un único gremio más allá de profesiones: el de
unos atormentados penitentes.
En ese osado paso de la aventura atlética del cuerpo a la inmovilización
trascendente del espíritu, Perdidos podría leerse como una obra televisiva
que se atreviese a dar el salto entre dos complementarios modelos
cinematográficos: un salto que iría de los espectaculares códigos
heroico-mesiánicos y de los jurásicos mundos perdidos del cine de Spielberg
al sobrio pesimismo moral y al intimismo en clave fantástica de M. Night
Shyamalan, cineasta de la tristeza y la melancolía, cuya obsesión por captar
y querer explicar, sin eufemismos, las razones del mal en el mundo, entronca
de raíz con las principales preocupaciones de la serie.
Como en el cine de Shyamalan, los giros dramáticos de Perdidos han sido,
hasta ahora, revelaciones nada gratuitas que enfrentan a cada personaje con
una conciencia de culpa que es, fragmento a fragmento, la de unos seres
completamente a la deriva, literalmente perdidos en la desconfianza hacia si
mismos, pero abnegadamente decididos a buscar respuestas.
Acaso, también, como el cine de Shyamalan, Perdidos tendrá un día, en un
episodio final todavía lejano, un giro inesperado que de una explicación
sorprendente a ese conjunto de enigmas que tanto inquietan a sus
protagonistas. No es fácil, sin embargo, que la necesidad de un final
unitario preocupe hoy por hoy a J. J. Abrams, tal vez conocedor de aquella
máxima de Borges según la cual raras veces la solución de un relato de
misterio supera la brillantez del planteamiento.
Antes que un proveedor de soluciones, Abrams es un apasionante constructor
de intrigas serialmente encadenadas, que, en la dimensión alegórica a que
Perdidos no renuncia, sirven sobre todo, para edificar un fresco coral sobre
una humanidad caída que, para levantarse, necesita que alguien le permita
atravesar el espejo hostil de su lado oscuro. "Estamos aquí porque alguien
lo ha querido", pronuncia en más de una ocasión uno de los protagonistas de
la serie.
Si J. J. Abrams es el Próspero oculto de esta isla shakesperiana llena de
metamorfosis, no le hace falta esperar a la todavía alejada conclusión de la
serie para evidenciar que ésta contiene, en cada uno de los naufragios
interiores que recrea, la misma sustancia rica y extraña que cantan, desde
el fondo de algún secreto purgatorio, los versos purificadores de la canción
de Ariel.
Xavier Martinez
La vanguardia 1/2/2006